Wednesday, 08 de May de 2024


+ Brasil, caída de un ídolo de izquierda + Pan y circo, y más protestas sociales




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De no ser por la Copa Confederaciones de futbol o precisamente por ello, la crisis social y política en Brasil se potenció con la aparición activa de los indignados brasileños contra un gobierno de izquierda latinoamericana que se convirtió en símbolo para el PRD mexicano.

El alza de 8% en pasajes de autotransportes en las provincias de Río de Janeiro y Sao Paulo agitó la protesta social callejera a las puertas de los estadios contra el gobierno de izquierda vía el Partido de los Trabajadores de Dilma Rousseff, heredera de Ignazio Lula da Silva. A pesar del alza en el nivel de vida y de espectáculos como el futbol internacional --pan y circo--, la insatisfacción social contra la izquierda ha movilizado a centenares de miles de ciudadanos en las principales ciudades de Brasil.

 

 

Lulase convirtió en una especie de símbolo del PRD mexicano por su origen de izquierda, su formación de obrero metalúrgico y la forma en que ganó las elecciones con el voto popular. Pero ya en el poder, como le ha ocurrido a movimientos de similar definición ideológica, las decisiones han llevado a un modelo de capitalismo con programas sociales asistencialistas, pero sin lograr el ascenso social de las clases.

 

 

Inclusive, los pobres que fueron rescatados de la penuria y lograron condiciones de clase media --baja todavía, pero mejor que la anterior-- se encontraron con un escenario de clases sin horizonte social. La estrategia asistencial de Lula sacó a casi veinte millones de brasileños de la pobreza y aumentó en treinta y cinco millones la clase media, pero esos rescatados no encontraron condiciones reales de bienestar y llegaron a su nueva condición social con la carga de la protesta política.

 

 

El proyecto político de Lula mejoró las condiciones de pobreza pero no de bienestar social ni de expectativas políticas. La izquierda en el poder --Lula como obrero y Rousseff como ex guerrillera-- se olvidaron del proyecto ideológico y se ajustaron a las condiciones de ejercicio de la política al viejo estilo; el PT, principal partido político en Brasil, ha sido corroído por la corrupción y varios ministros de Lula han sido indiciados por prácticas propias de los gobiernos capitalistas.

 

 

Los indignados brasileños son los primeros que aparecen en el escenario de gobiernos de filiación ideológica de izquierda, lo que ha potenciado la condición y calidad de las protestas. Si bien la justificación de las protestas callejeras a las afueras de los estadios de la Copa Confederaciones de futbol ha sido el alza de alrededor de 8% en las rafias de autotransportes urbanos de pasajeros, el fondo es más complicado: la insatisfacción social ante las gestiones del poder de un gobierno de izquierda que ha agotado sus alcances políticos e ideológicos en una variante de neopopulismo sin modificación de la correlación de clases en el poder, además de la carestía en el nivel de vida.

 

 

El problema radica en el estilo de la gestión de la presidenta Rousseff como continuación del de Lula: la búsqueda de un espacio privilegiado de operación política a nivel internacional, pero no derivado de un nuevo modelo de desarrollo sino más bien de ofrecer a Brasil como un mercado de especulación. Brasil comenzó a jalar la atención internacional de inversionistas sólo por la tasa de utilidad que ofrecían sus papeles bursátiles, más altos que la media, con lo que se mostró que Brasil estaba en realidad comprando popularidad con tasas de rendimiento de corto plazo y no por el futuro productivo.

 

 

Las protestas de los indignados brasileños estarían jalando la atención a las verdaderas condiciones sociales de Brasil: corrupción gubernamental de la izquierda en el poder, aumento de la violencia del crimen organizado, favelas o zonas urbanas pobres controladas por el narcotráfico, frente a un aumento del uso de la policía y las fuerzas armadas para recuperar territorios controlados por bandas criminales ya de interrelación internacional.

 

 

En la inauguración de la Copa Confederaciones de futbol la presidenta Rousseff recibió una rechifla de indignación dentro del estadio, mientras afuera los campamentos de indignados iban acumulando seguidores. La protesta social callejera, casi siempre fuera de control y estimulada por liderazgos anarquistas, de todos modos refleja los estados de ánimo de un país que ha estado vendiendo los saldos de tres administraciones de izquierda en la presidencia --dos de Lula y uno de Rousseff-- pero que en la realidad no refleja más que mayores insatisfacciones sociales por la baja calidad del bienestar y los problemas de empleo.

 

 

En el fondo, la izquierda en el poder se ha agotado sólo en medidas neopopulistas y asistencialistas que no modifican la correlación de clases y que sólo atienden a los sectores más pobres. Las clases medias que han sobrevivido a las dictaduras y a las fases de ajuste económico con costo sociales sólo han acumulado mayores resentimientos. Al final, la izquierda brasileña ha dado nada más que resultados macroeconómicos sin efectos sociales reales, además de que el ejercicio del poder ha desgastado a su partido dominante y lo ha hecho víctima de los desgastes del poder, sobre todo la corrupción con negocios ilegales y cobros de comisiones especiales.

 

 

Brasil se convirtió en la sede de movimientos sociales antisistémicos cuando gobernaba la tecnocracia --el Foro de Sao Paulo de la izquierda regional, al cual pertenece el PRD mexicano-- y hoy ya no sabe cómo lidiar con esos compromisos. El problema no radica en que esos movimientos de protesta callejeros vayan decayendo con el paso de los días o sean dominados por la violencia, sino que sean el reflejo de una inestabilidad social al interior del modelo de desarrollo brasileño administrado por la izquierda en el poder. La intención de Lula de regresar por tercera ocasión a la presidencia de la república podría potenciar las protestas y convertirse en un factor más de inestabilidad de la precaria gestión de la presidenta Rousseff que ha basado su popularidad sólo en su pasado guerrillero y no en decisiones de gobierno.

 

 

Brasil ya se colocó en el escenario de los indignados, sólo que con el dato revelador de que se trata del primer movimiento contra una izquierda en el poder.

 

 

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